Hace dos años se empezó a implementar el parto respetuoso en Cuba, el cual incluye la presencia de un acompañante. Sin embargo, testimonios de madres y personal médico indican que esto no se está aplicando. Este tipo de violaciones a los derechos de las gestantes están sumamente naturalizadas, al punto que muchas de ellas y sus familias ni siquiera se las cuestionan.
Wilfredo León enciende un cigarro y se sienta en el umbral del Hospital Obstétrico Ginecológico Ramón González Coro, en La Habana. Lázara Carmona, su pareja, fue trasladada a la sala de parto a las ocho de la mañana. Han pasado cuatro horas y solo sabe que ella está bastante estable. “Tengo que estar preguntando a cada rato, porque no dicen nada”, cuenta el hombre. El cigarro termina de consumirse. Un perro sato viene y se echa al lado del futuro papá.
Él hubiera querido estar junto a su esposa: “Para ayudarla, aunque sea, porque ella está nerviosa”. Sin embargo, en el González Coro las embarazadas permanecen sin acompañantes desde que entran a preparto, hasta que, horas después del nacimiento, pasan a las salas de puerperio o postparto. “Me gustaría estar apoyándola ahí, pero no puedo. Bueno, nadie puede”.
Los familiares de las parturientas aguardan en la sala de espera designada para ellos; aquí, Regla Acosta, la madre de Lázara, almuerza rodeada de bultos. Carga con ropa, agua, comida, un ventilador, un cubo, un calentador para agua… Su hija es madre primeriza y padece de fibroma –un tumor uterino benigno, común entre mujeres en edad fértil–, por eso le pidió a una enfermera que estuviera pendiente de ella.
Antes de la pandemia, se permitía que las embarazadas tuvieran una acompañante mujer. Durante la crisis del Covid-19 esto se acabó para evitar la reunión de personas y, con ello, los contagios del virus; luego ya no volvió a la normalidad. Los padres continúan sin poder entrar, excepto en la etapa de puerperio.
Esta medida contradice tanto el deseo de muchas gestantes como las Recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud para los cuidados durante el parto, las cuales indican el acompañamiento de la mujer por la persona de su elección. Según las directrices, este es uno de los elementos que conforman una experiencia de parto positiva.
La evidencia científica analizada por un grupo de investigadoras brasileñas arroja que contar con un familiar a su lado puede aliviar el dolor y el nerviosismo de las mujeres, y disminuye la sensación de soledad y miedo. “La presencia de un acompañante ayuda en el proceso fisiológico del parto, ya que la mujer está segura de que todo saldrá bien, al tener a alguien en quien confía con ella, y que, si sucede algo no deseado, no estará sola”, subrayan las expertas.
El tiempo transcurre demasiado lento en el banco de la paciencia, así que Anaeli Arsis también sale a fumar. Está aquí desde anoche, con sus respectivas mochilas y bolsos, incluso una nevera. El esposo de su hija se quedó toda la madrugada, fue a la casa y regresará más tarde. Pero ella no piensa moverse hasta el final: “Yo soy su mamá y yo me quedo siempre con ella”.
Tras buscar en diferentes hospitales y consultarles a varias madres, encontramos que las restricciones de acceso al parto constituyen una regla no escrita, de facto, y entonces varían en el tiempo y de un hospital a otro. Además de vulnerar los derechos de los progenitores, esta medida –sumada a la precariedad del contexto– sobrecarga a las mujeres de la familia, y refuerza estereotipos de género.

“Una se siente sola ahí”
Cuando su hija Flavia nació, en 2023, Yadira Torres la pasó mejor que cuando parió a Lucas, nueve años atrás. Recuerda que la comida era bastante aceptable y la sala se veía muy limpia, todo lo contrario de la vez anterior.
En aquella ocasión estuvo ingresada unos 40 días antes del parto, en el González Coro, un centro de referencia de la gineco-obstetricia en el país. Frank Lorenzo, su esposo, cuenta que, como no le permitían visitas, tenía que inventar triquiñuelas para poder llevarle el almuerzo o simplemente verla. De tanto tiempo que pasó yendo al hospital, terminó por llevarse bien con la doctora jefa de la sala y con algunos custodios, quienes hacían la vista gorda y lo dejaban pasar.
Yadira tenía solo 20 años cuando llegó su primer hijo. “Iba nerviosa, yo no sabía a lo que me enfrentaba. Es verdad que una hace amistad con las demás embarazadas, con la misma enfermera, que es la que te cuida el día entero… pero una se siente sola ahí”.
Se desmayó dos veces. Le decían: “puja”, y no sabía cómo hacerlo; le ordenaban: “respira”, y tampoco. Entró a preparto a las cinco de la tarde, y hasta el alumbramiento, cerca de la medianoche, su familia no tuvo noticias de ella. Es común que las embarazadas atraviesen este trance con un mínimo o nada de sus pertenencias, ni sus celulares.
Algo similar le ocurrió a Dania del Pino: justo antes de comenzar su segunda cesárea, en 2019, sufrió hipoglucemia, y el personal médico tuvo que apresurarse a estabilizarla y realizar la cirugía. Su pareja apenas se enteró cuando ya el peligro había pasado.
Tampoco fue sencillo cuando nació su hijo mayor, en 2017. “Hice horas de trabajo de parto súper difíciles, con dolores desde el minuto cero y muchísimas contracciones; hubo que hacerme una maniobra para romperme la fuente… y todo eso fue sin mi esposo”.
En preparto una vecina cercana le hizo compañía. Ahí solían entrar las hermanas, tías, primas, amigas… Pero los padres no. “Por supuesto, si él hubiera estado, una se siente más segura, y al mismo tiempo él siente que participa, se inmiscuye más en el proceso”, agrega Dania.
Estas experiencias trascienden lo anecdótico y una década después nada cambia, pese a las múltiples denuncias. Existen reportes de que esto ocurre en centros de otras provincias, como Camagüey y Matanzas. Un estudio elaborado entre 2007 y 2010 en tres servicios de parto en La Habana describe el estado de subordinación de mujeres y familiares, así como las brechas entre lo estipulado y lo que quieren y necesitan las parejas.
Según la investigación, cada hospital determinó cuándo y por quién estarían acompañadas las gestantes, y en qué punto recibirían a su bebé. “El acompañante está ausente en momentos de gran impacto para las parturientas, y la causa es la prohibición que imponen los servicios y no la negación de los familiares”, precisan las autoras.

De igual forma, y para caminar hacia una alternativa constructiva de cara este fenómeno, señalan, que la evidencia nacional e internacional muestra los beneficios del apoyo continuo: se reduce la duración del trabajo de parto, aumentan las probabilidades de parto vaginal espontáneo, y disminuye la necesidad de anestesia.
En momentos de intenso malestar físico y desesperación, el sostén emocional resulta decisivo. “Yo agradecí estar acompañada: no sé cómo hubiese sido mi reacción de haberme visto sola con esos dolores, porque aquello para mí era insoportable”, relata Leydis Luisa Hernández.
El impacto del acceso limitado a ultranza se incrementa cuando las madres o las criaturas presentan complicaciones y se prolonga su estancia en el hospital. Así le sucedió a Leydis Luisa, quien permaneció ingresada 13 días.
“Como yo quedé tan mal después del parto, necesitaba ayuda para todo. Y era mi mamá sola atendiéndome a mí y a la niña, que estaba bien, pero ella tenía que cambiarla, ponérmela a mí en los senos, porque yo no podía lactar sentada porque no podía incorporarme… y ella se agotó muchísimo, muchísimo”.
Incluso cuando se permite una acompañante mujer, como en este caso, la ausencia de los padres implica que las mujeres de la familia tienen que asumir la carga de tareas de cuidados, las cuales ya de por sí recaen desproporcionadamente sobre ellas, y que se multiplican con el ingreso y el parto. Si la primera línea está junto a la madre y el bebé, en la retaguardia del hogar hay que cocinar para la parturienta y el acompañante, lavar la ropa y los pozuelos sucios que regresan del hospital, actividades que por lo general también realizan ellas.

“Los médicos estamos sobrecargados”
La participación de un acompañante beneficiaría además al personal de salud. Una gineco-obstetra del González Coro –quien pidió no ser identificada por su nombre–, comenta el desgaste que implican las guardias médicas donde tienen que recorrer las diferentes salas, escribir largos reportes, y atender los casos remitidos desde el Hospital América Arias (también llamado Maternidad de Línea, por su ubicación en la avenida del mismo nombre), cuyo servicio de partos ha estado cerrado por más de un año.
Entretanto, suplir la falta de los familiares abarca desde acciones físicas, como ayudar a las madres a incorporarse o lactar, hasta el soporte afectivo. “La carga se duplica, porque las pacientes te hablan, lloran, necesitan que les pasen la mano…”, describe la especialista. “Me pongo a hablar con ellas de todo, y se relajan un poquito… Pero, ¿y cuando me voy?; ¿y si no me vuelvo a sentar con ellas? Si está colapsado preparto, no me voy a sentar a conversar”, confiesa.
En varias ocasiones, cuando baja a dar el parte a las familias, la doctora ha asumido funciones de mensajera, llevando a las parturientas jugos y agua fría que les envían desde la sala de espera. Antes había un refrigerador para mantener frescos los líquidos; ya no está, como tampoco el televisor que les brindaba algún entretenimiento.
Las carencias de infraestructura constituyen una de las principales causas que justifican la prohibición de entrada a los padres. Aunque hubiera preferido que su esposo estuviera con ella durante el parto, Leydi Luisa señala que no existe ningún tipo de condiciones para transitar acompañada el proceso. “No creo que haya espacio, ni hay cómo garantizar la privacidad en ese momento que una está tan vulnerable”, explica.
Como los cuartos de las salas suelen ser compartidos, la convivencia con otras familias puede volverse compleja. Nadianys Boudet dio a luz en el Hospital Materno Infantil Diez de Octubre (más conocido como Hijas de Galicia), en el barrio popular de Luyanó, y su experiencia no fue la mejor.
Debido a la episiotomía (un corte en el perineo para ampliar el canal de parto), tenía una herida grande y dolorosa que debía mantenerse aireada. La presencia del esposo de la otra paciente con la que compartía habitación durante las revisiones médicas, el baño compartido con el cubículo contiguo —donde también había hombres—, junto con el ir y venir constante de los estudiantes, la hacían sentirse incómoda y vulnerada.
“Vi hombres que se ponían a discutir con las mujeres, o las incitaban a dejar el hospital; gente celebrando, tomando cerveza…”, reconoce Frank Lorenzo. La gineco-obstetra del González Coro comenta que a veces se aglomeran demasiados acompañantes, hablando a coro y en voz alta. No obstante, opina que tales indisciplinas podrían manejarse por vías administrativas, y no con medidas tan restrictivas que terminan por agravar las dificultades para las madres.
A su juicio, el personal médico teme a los controles excesivos del Programa de Atención Materno-Infantil (PAMI), área priorizada dentro del Ministerio de Salud Pública (MINSAP). “Es un miedo terrible, generalizado –revela–, a que hagamos cualquier cosa y esté mal”.
Esta práctica del parto medicalizado, donde los trabajadores sanitarios tienen el mando todo el tiempo, tiene una claro sesgo patriarcal y se relaciona directamente con la violencia obstétrica. La investigación Partos Rotos ilustra cuán extendidas han estado en Cuba manifestaciones de maltrato verbal y psicológico, así como el actuar mecanicista y despersonalizado que infantiliza a las mujeres y las desconoce como protagonistas de su vivencia.
Según la Organización Mundial de la Salud, contar con un acompañante elegido por la mujer es uno de los elementos que definen una experiencia de parto positiva.
“Porque él es el padre”
Yuri Rodríguez y Andria González llegaron al Hospital Eusebio Hernández (popularmente llamado Maternidad Obrera, en el municipio Marianao), y preguntaron por “el curso para las embarazadas”. La madre de Andria les había insistido en que averiguaran sobre esta preparación, para que él pudiera estar presente cuando naciera el bebé.
Andria escuchó la breve charla sobre alimentación y lactancia, pero los ejercicios físicos eran sólo para embarazadas a término, a partir de la semana 37, y ella aún tenía 30 semanas. Pensó que le darían consejos a él para que estuviera más atento o pudiera ayudar en el trabajo de parto. “Porque es su hijo también”, afirma.
Sin embargo, la psicoprofilaxis para el parto impartida aquí no resultó lo que esperaban, pues apenas hay participación de los padres. Aun así, la asistencia a las sesiones garantiza que –permiso escrito y firmado– Yuri pueda entrar justo al momento del parto. Antes no, pues las condiciones del hospital no lo permiten, según les informaron.
Desde agosto de 2022 se dio a conocer la Guía de actuación para la atención al parto respetuoso, resultado del trabajo conjunto del Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) en Cuba y el MINSAP. Si bien el documento representa un avance, su aplicación no es de carácter obligatorio, y choca con procederes y concepciones profundamente arraigadas, como no consultarles a las mujeres sobre los procedimientos, la realización de numerosos tactos vaginales y maniobras invasivas, y la aplicación rutinaria de la episiotomía
De hecho, el proyecto piloto se implementó en el hospital Ramón González Coro y el Hospital General Universitario Camilo Cienfuegos, de la provincia Sancti Spíritus, para luego extenderse a otros lugares. Después de un taller que les ofrecieron en 2023, la especialista del centro habanero dice que nada ha cambiado. “Creo que a nosotros nos falta mucho para poner eso en práctica; no hay cultura de eso aquí”, asegura.
Casi dos décadas atrás, una iniciativa similar se desarrollaba en Maternidad Obrera, donde Yaima Alfonso* tuvo la oportunidad de prepararse para el parto acompañado junto a su pareja. Entre los dos practicaron posturas y respiración, les explicaron detalles de lo que iba a ocurrir, les mostraron fotos. Los asistentes conformaban un grupo bastante nutrido y conversaban mucho.
Cuando se acercaba el día, ya en preparto, ambos estaban incómodos por la estrechez del ambiente, donde además las embarazadas usaban batas hospitalarias que las dejan semidescubiertas. Yaima sufrió derrame meconial, uno de los signos de peligro que le habían indicado en las clases. “Nadie se sentó a explicarle nada al padre del niño –rememora–; y él estaba, ahí, aterrorizado, y, por supuesto, hacía que yo también me sintiera asustada”.
Para el parto, él incluso había conseguido ropa estéril de quirófano, pero tuvo que estar apartado, sólo observando. Como sucede a menudo con otras políticas, la implementación se queda por detrás de las intenciones. “Fue muy difícil, muy desagradable. Puede haber voluntad, pero las condiciones para hacerlo bien no estaban”, sentencia Yaima.
De cualquier forma, Lázara Carmona hubiera querido estar acompañada. Una doctora residente le hizo el favor de llamar a su esposo, y así la familia logró saber que la inducción del parto no funcionó, y le practicarían una cesárea. También hubiera necesitado contar con alguna preparación. “Yo creo que todo el mundo lo necesita. Aunque después todos los partos sean diferentes, por lo menos una sabe lo que va a pasar”.
*Pseudónimo utilizado para proteger la privacidad de la entrevistada.
Créditos:
Fotos: Victor Lefebre
Ilustraciones: Eusebio Linares

Eileen Sosin Martínez
Freelance
Cuba
Graduada de Periodismo por la Universidad de La Habana. Escribe sobre economía, género, sociedad y medio ambiente. Ha publicado en medios de América Latina y Europa. Becaria de Climate Tracker y del CrossCulture Programme. Miembro de la Red LATAM de Jóvenes Periodistas y la Red Oxford de Periodismo Climático